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Encontré al Sol.

 Ayer encontré un sol, en la pradera y acariciando los húmedos pastos del amanecer. El terreno, acostumbrado a las horas de oscuridad resistía su llegada. Tal vez, por no intentarlo una vez más. Los primeros rayos del encuentro hacían fluir las oscuridades e invitaban de nuevo a soñar. Mientras el suave rocío despejaba el lugar con sus elogios ascendentes, la magia del astro se imponía una vez más. Tal vez la colina, descreída por su pasado, suponía que un brillo no alcanzaría para modelarla. Quizás también, el verde césped, no quería secar. Pero en ese monte, curvo, delgado y latente, se alzaba rompiendo la silueta, un aislado girasol: acurrucado y casi marchito, protegiendo su vientre de la luna. Sin importar el descontento del prado, el afeado plantín percibió la magia, el calor y el mimo que los extensos rayos lanzaban desde el infinito para llegar a él. Con el pasar de los minutos, el mimo fue una caricia, para luego convertirse en un abrazo de vida: esperado y firme. mientras la